Cuando era pequeño, en la época del colegio, recuerdo con cierta claridad lo mal estudiante que era. También viene a mi memoria la facilidad y destreza que tenía para quedarme embobado con cualquier cosa por nimia que fuera.
Ahora, añádele a esto que mis padres eran analfabetos (para los despistados, que no sabían leer ni escribir), mi futuro estudiantil no era muy halagüeño que digamos.
El Dibujo: Mi Única Habilidad
Pero había una cosa que no se me daba mal: dibujar.
¿Te suena la historia?
Era incapaz de memorizar nada por repetición, técnica que por aquel entonces era la estrella de los colegios, lo cual me impedía realizarme como buen estudiante.
Nefasto, era nefasto.
Ahora bien, copiar láminas de dibujo sobre un bloc no se me daba nada mal.
No era muy bueno que digamos, pero junto a Manuel Cerdá, otro compañero de clase, destacábamos por encima del resto. Me pregunto qué habrá sido de Cerdá.
Mientras mis notas eran mayoritariamente suspensos y algún que otro aprobado raso (gimnasia, religión, manualidades), en dibujo todo eran sobresalientes y algún notable perdido que me causaba cierta ansiedad.
Y así fui creciendo, como un desastre cultural para mi familia y un desecho social para el futuro venidero. Pero eso sí, se me daba bien dibujar. ¡Oye! Tenía al menos una virtud, por Dios.
Lámina tras lámina mejoraba mi destreza en el arte. Así, año tras año, hasta que un día…
No recuerdo qué curso era con exactitud, creo recordar sexto o séptimo de E.G.B. cuando cambiaron al profesor de dibujo y pusieron a Don José Murcia, que también nos daba clase de ciencias sociales.
El primer día de clase con él cambió mi vida artística. Me dio un vuelco el corazón y con él mi forma de ver el mundo. Sí, el mundo, así como lo lees.
El bueno de Don José cogió su silla, la puso sobre la mesa y seguidamente exclamó: «Quiero que dibujéis esto, la silla y la mesa.» ¡Así con sus dos huevazos!
En ese momento, pasamos de la vida en dos dimensiones (láminas de dibujo) a la vida en tres dimensiones sin tan siquiera una clase teórica ni explicación alguna, vamos, en estado de supervivencia en medio de un monte y búscate la vida.
Obviamente, en aquel entonces yo no tenía ni idea de qué era un 2D ni un 3D. Esas cosas no se enseñaban en el pleistoceno. Hice lo que pude, y para mí fue un reto no exento de ansiedad. La nota fue un seis, un aprobado.
¡Maldita sea! Se había acabado la era de mi reinado en clase con el dibujo.
¡Mierda! Voy a ser uno más como el resto de la clase, pensé.
Sentí alivio al ver que muchos de mis compañeros habían suspendido (aquí me salió el Caín que llevo dentro).
Pasó el tiempo y me fui desarrollando en el mundo tridimensional.
He de decir que en esas “clases” nadie daba ninguna teoría de nada, de nada, de nada. El profesor no tenía ni puta idea de dibujar ni pintar, al menos que sepamos nosotros, ya que nunca vimos ningún dibujo de él ni nos dio teoría de nada. Solo puntuaba según su gusto por lo que veía en el dibujo. A más parecido con la realidad, mayor puntuación.
Al parecer, a Don José le gustaba mi forma de trabajar. No era un erudito en la materia, lógicamente, era prácticamente autodidacta, hacía lo que podía casi por intuición, bueno, sin el casi, por intuición. Lo que mi ojo veía y mi mano poco diestra acertaba.
El Concurso de Dibujo y la Trampa de Don José
Cuando estaba en 8º curso, hicieron un concurso de dibujo. No sé quién lo convocó, pero sí recuerdo con exactitud que en sus bases decía que solo se admitían alumnos hasta séptimo curso de E.G.B. No sé por qué no entrábamos los de octavo.
Bien, (y aquí viene lo bueno) a Don José Murcia se le ocurrió la magnífica idea de hacer trampas. ¡JODER! Era un tramposo. Sí, sí, como lo lees, era un ¡TRAMPOSO! ¡Mi tramposo preferido del mundo mundial! A este buen hombre se le pasó por la cabeza la fantástica idea de que yo me hiciera pasar por un alumno de séptimo curso. Con el tiempo me di cuenta de la confianza que tenía puesta en mí y que ese fue el motivo por el cual lo hizo. Su intención era que viviese la experiencia y, a poder ser, que ganase el concurso.
Así fue. Participé. Me pasé la mayor parte del tiempo jugando y de charla con mis compañeros más que dibujando, hasta que terminó el concurso.
Ya os lo dije al principio, era bobo, no me pidáis cuentas ahora.
El concurso era al aire libre y la temática tenía que ser del natural. Vamos, que dibujáramos lo que quisiéramos sueltos por el campo como cabras pastando.
Mi trabajo fue la fachada del palacio de Altamira vista desde el lado opuesto del río (soy de Elche, este dato es gratuito, y el palacio de Altamira, sí, está en Elche).
¡No terminé el trabajo!
¡Cágate, lorito!
Puedo ver tu cara ahora mismo y oír lo que piensas: ¡¡WAT OF FUCK!!
Solo entregué un boceto del palacio en cuestión.
Oigo vuestros insultos así en plan… Que sepáis que no mola nada.
Pasaron las semanas y cuando ya tenía olvidado el acontecimiento, un buen día así sin más, ¡¡TA CHAAAAN!!, llegaron los resultados del concurso.
Participaron muchos colegios de la ciudad. Pero para sorpresa de todos, todas y todes… naaaa, entonces no existían las/los todes. ¿O sí?
Como decía, para sorpresa de todos, los tres premios recayeron en mi colegio. Sí, así es, en mi colegio. ¡Qué orgullosos estábamos! Y Don José más aún.
¡¡NO!!, no gané el concurso.
Os puedo oír, ¡fracasado!, ¡incompetente!, ¡chiripitifláutico!…
No gané, pero ¡fue mejor!
La Sorpresa del Segundo Puesto
Quedé segundo. Segundo y con solo un boceto. Me vais a perdonar, pero tiene un mérito que tira de espaldas.
Lo mejor es que los tres trofeos se componían de, para el primero y el tercero, unas copas con el nombre del participante. Pero el SEGUNDO (redoble de tambores, por favor)…
¡¡un diploma y un pedazo de CÁMARA DE FOTOS que te lo flipas, chaval!!
Imaginad por un momento la imagen de un chaval de doce años, a finales de los setenta y con una cámara de fotos, que solo sabe “dibujar”, mal estudiante, casi un marginado familiar y social hasta ese momento.
¡¡FELICIDAD MÁXIMA!!
Reflexión Final
PD: «La vida puede ser como un concurso de dibujo: a veces, el segundo puesto es mejor que el primero. Ganar no siempre es lo más importante.»
Esta web que visitas solo pretende mostrarte a ese niño que solo sabía dibujar.
Como todos los niños del planeta, ha pasado sus penurias y que, incluso con ello, ha logrado llegar hasta aquí.
Si te apetece conocerme, quédate.
Si no, gracias por leerme hasta aquí. Pasa página y sigue viviendo.
Por cierto… nunca llegué a estrenar la cámara de fotos.
Si te quedas, te cuento el por qué, en otra historia.
J.A. Belmonte
¡Chiripitifláutico! 😌
Madre mía!El capitán tan tan, los hermanos mala sombra, y locomotora!!
Muy buena historia. Por cierto la foto del palacio no se ve.
Ya conocemos parte de tus orígenes artísticos 👏🏻👏🏻
Gracias Mike. es cierto no se ve y no se bien el por qué.